sábado, 21 de junio de 2008

Pan de la tarde


Estudiar, buscar empleo y ganar dinero. Luego: conservar el empleo y ganar más dinero. Todo queda en el frasco de mermelada o en la alcancía de greda. Uno por supuesto, queda afuera mirando la forma de las monedas, su inherente suciedad, sus bordes mezquinos, sus pequeñas germinaciones de pestes y virus como barcos chinos en miniaturas, multiplicándose hasta que la teoría de Malthus se convierte en un chiste de historieta mexicana de bajo presupuesto. Las de diez a un lado, las de cien al otro y las de cincuenta (siempre al medio, siempre innecesarias) al margen. Mientras yo fotografío tu te haces una idea sumaria de la higiene, o de la relación sanitaria entre hombre y dinero. Te conviertes sin quererlo en Marx o en Ricardo Piglia, en mi teórica favorita del capital. Pones un viejo diario bajo los pesos. Nada -me dices- puede tener contacto con esas monedas. Entonces habrá que apilarlas de diez en diez rápidamente y con el mayor cuidado posible, distribuirlas a lo largo de los clasificados. "Profesionales se buscan", "Bodegueros se buscan", "Buen sueldo y oportunidades de perfeccionamiento".
Las monedas son más concretas que eso. Sirven para el pan, sirven para los chocolates, sirven para salir y buscar un almacén y luego, ponderar la cara del cajero al recibir las cien monedas de diez pesos, como si le estuviéramos tendiendo una broma, como si evaluáramos su paciencia y cordialidad en un barrio, de paciencia y cordialidad. Perfecto, todo sale perfecto. El trayecto a tu departamento es toda una victoria. Tenemos el pan, que es a fin de cuentas, lo único que importa; más concreto y real, imposible.


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