
Cuando miro tus ojos, miro cualquier cosa menos el pasado. Tus ojos que siempre han estado ahí, no son iguales a los de hace tres años. A veces desaparecen, me refiero a que a veces se achican, se marcan en tu cara como dos líneas dibujadas con un lápiz en un papel. Y me contradigo, ahí si que vuelvo al pasado. Al pasado donde éramos niños y con diferencias inexpugnables, jugábamos en distintos momentos y en distintos lugares, a nuestras pequeñas guerras de cojines a la vez que creábamos habitaciones fantásticas bajo frazadas.
Te veo e incluso tiemblo cuando me distraigo. Algo se mueve y lamentablemente es el temor, que según como se lo mire, puede perfectamente, ser un sinónimo o una variación semántica, de la palabra temblor. Porque el temblor remece, pero nos deja vivos, con la única salvedad de que nuestra vida después del temblor es una constante alerta de un nuevo temblor. Ya sabemos, hay leyes naturales que se nos escapan. De cuando en cuando, el suelo se mueve y nos arrastra aunque nuestra residencia esté bien lejos, allá, justo sobre una nube perfecta con forma de caricatura. Sí pasa eso, si algún temblor nos alcanza, por favor, abracémonos más fuerte y antes que todo, déjame mirarte a los ojos y reconvertirlos a esa forma sublime que son en el fondo, tus ojos después de llorar.
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