
domingo, 27 de julio de 2008
I.-

sábado, 26 de julio de 2008
Los pájaros
jueves, 26 de junio de 2008
La última metropolis de la tierra
Santiago es una ciudad antagónica. Probablemente igual de antagónica que todas las grandes metrópolis. Probablemente igual de pedante que todas las grandes urbes. Pero Santiago va más allá. Santiago es Parménides; amor y odio. La teoría dice que la ciudad es la antítesis del campo y que además de los cuatro mil habitantes como mínimo, la ciudad concentra servicios que en el campo no existen. A Santiago la odias o la amas porque justamente es la excepción a la regla de los geógrafos. Santiago es en realidad un gigantesco patio rural por donde transitan vestigios de panfletos liberales y de pastiches decimonónicos. Es como una decoración importada por algún programa de reambientación en veinticuatro horas. Se cambia el papel mural, los sillones, los cuadros, se da un nuevo orden, se sacan y agregan cosas, pero lo esencial sigue estando allí. ¿Quién tiñe el pelo del protagonista? ¿Quién saca el diente de oro del dueño de casa? Supongo que la misma televisión o el impacto mediático cortoplacista del modelo neoliberal. Componendas dignas patriarcas de la reumatología autodidacta. Al final, Santiago con su Cañada inalterable en el fondo, (con sus encomenderos, estancieros y buitres de mármol impermeables al tiempo) y sus espejos arbitrarios, descomunales e implacablemente agotadores, da esa sensación de arrobamiento y pertenencia que encuentras en pocos sitios. Chocas con la gente en Huérfanos y ese mismo choque, es el que odias y amas. Como Parménides atrapado por su concepto de odio, tremendamente incómodo y cansado, pero con la mirada fija en el espesor de la palabra que siempre dejamos para el final.
martes, 24 de junio de 2008
A dos años

¿Cuántos ave marías? ¿Cuántos padre nuestros? Muchos. Fue la primera vez después de tanto tiempo y cuando salí de allí, por lo menos había algo nuevo. Quedaba la sensación de que ya estaba todo hecho, no quedaba nada por hacer y eso, tranquiliza.
lunes, 23 de junio de 2008
En ese (este) tiempo

Balbo (que en ese tiempo no era “Balbo”), le dice a Gaston Fernández, (que a diferencia de Balbo siempre ha sido “Gastón Fernandez”), que lo que escucha, son pequeñas piezas de un compositor japonés que realiza bandas sonoras para películas de animación. Gaston Fernandez toma los audífonos y escucha. Uno, dos, tres, cuatro segundos después dice que es fantástico y que oír eso, despierta en él ganas de hacer algo similar. Balbo le responde que lo haga.
http://www.goear.com/listen.php?v=cb126f6
sábado, 21 de junio de 2008
Pan de la tarde

Las monedas son más concretas que eso. Sirven para el pan, sirven para los chocolates, sirven para salir y buscar un almacén y luego, ponderar la cara del cajero al recibir las cien monedas de diez pesos, como si le estuviéramos tendiendo una broma, como si evaluáramos su paciencia y cordialidad en un barrio, de paciencia y cordialidad. Perfecto, todo sale perfecto. El trayecto a tu departamento es toda una victoria. Tenemos el pan, que es a fin de cuentas, lo único que importa; más concreto y real, imposible.
viernes, 20 de junio de 2008
Se basta a si misma.
miércoles, 18 de junio de 2008
Cuando llueve
lunes, 16 de junio de 2008
domingo, 15 de junio de 2008
Sí, si hay algo

Una radio, una guitarra y un saquito imaginario por donde cae arena: el tiempo. Los Rolling Stone diciendo “¿hay algo por lo que valga la pena vivir? Los poemas en prosa de Rimbaud igual de trágicos y directos. Mi novia –hago mío el privilegio de llamarla así- escuchando atentamente a Mick Jagger mientras mi madre prepara una tartaleta de duraznos.
domingo, 8 de junio de 2008
Después de tanta vida
domingo, 1 de junio de 2008
Tus ojos

Cuando miro tus ojos, miro cualquier cosa menos el pasado. Tus ojos que siempre han estado ahí, no son iguales a los de hace tres años. A veces desaparecen, me refiero a que a veces se achican, se marcan en tu cara como dos líneas dibujadas con un lápiz en un papel. Y me contradigo, ahí si que vuelvo al pasado. Al pasado donde éramos niños y con diferencias inexpugnables, jugábamos en distintos momentos y en distintos lugares, a nuestras pequeñas guerras de cojines a la vez que creábamos habitaciones fantásticas bajo frazadas.
Te veo e incluso tiemblo cuando me distraigo. Algo se mueve y lamentablemente es el temor, que según como se lo mire, puede perfectamente, ser un sinónimo o una variación semántica, de la palabra temblor. Porque el temblor remece, pero nos deja vivos, con la única salvedad de que nuestra vida después del temblor es una constante alerta de un nuevo temblor. Ya sabemos, hay leyes naturales que se nos escapan. De cuando en cuando, el suelo se mueve y nos arrastra aunque nuestra residencia esté bien lejos, allá, justo sobre una nube perfecta con forma de caricatura. Sí pasa eso, si algún temblor nos alcanza, por favor, abracémonos más fuerte y antes que todo, déjame mirarte a los ojos y reconvertirlos a esa forma sublime que son en el fondo, tus ojos después de llorar.
viernes, 30 de mayo de 2008
Sentido común

Hay discusiones respecto a la locura de Virginia Woolf. Unos dicen que estuvo loca, sobre todo después de la muerte de Leslie Stephen su padre, y otros, afirman que simplemente sufría de depresiones constantes y ahogos como consecuencia de sus grandes ambiciones artísticas. Las razones de su locura estarían en una infancia difícil. La muerte de su padre, las violaciones a las que fue sometida por sus hermanastros y posteriormente el deceso de su padre y su hermano.
Todos decían que no era bella. Más bien la describían como una mujer desaliñada, descuidada pero de todos modos hermosa. Cualquier joven de la época podría haberse enamorado de ella. Entonces, el sentido común no era lo que es hoy.
jueves, 29 de mayo de 2008
De norte a sur

La primera vez que viví un choque de autos, tenía ocho años. Mi padre conducía un Fiat 600 blanco del setenta y lo acompañaban mi madre, mi abuela y mi hermana. Claro, yo también estaba metido allí. Iba atrás y entendía a medias lo que pasaba. Según lo que recuerdo, fallaron los frenos e inevitablemente fuimos a dar con una micro. El impacto fue mínimo gracias a la inconsistencia del Fiat y a la velocidad insignificante que mi padre imprimió no sin antes, realizar un par de buenas maniobras. Fue como chocar sin movernos o movernos un ápice para chocar y así acabar todo pronto, quizás por eso no hay traumas ni recuerdos claros.
Cuando el conductor de la micro se bajó, mi padre ya estaba afuera ponderando daños. Nada del otro mundo decía a mi madre en parte para tranquilizarla y en parte para tranquilizarse él mismo. Una caricia en el tapabarro, un topón, nada que no se solucione con un par de martillazos. Al final, unos billetes por aquí y por allá, y nunca ha pasado nada. Llegó uno de mis tíos con su Mazda del 80 y nos remolcó hasta la casa de mi abuelita. Durante dos meses el Fiat estuvo instalado en el patio como si fuera una extensión de la casa, un cuarto con diseño innovador, o un aviso subliminal de venta. Cuando salió de la casa se llevó un barco a escala que armamos con mi padre. Nunca más supe del Fiat ni de mi barco.